Esta historia de Voces VIBE la comparte Lindsey Peterka, una consultora sénior que trabaja en Ámsterdam y codirectora de la sección de Mujeres del comité EBC de Workday .
Para empezar un cambio, solo necesita su voz. Lo hemos comprobado con la activista medioambiental Greta Thunberg, la galardonada autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, la anterior jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos Ruth Bader Ginsburg y muchas otras personas. No necesitaron un ejército para comenzar un movimiento, sino que usaron su voz para cambiar las cosas. En palabras de la activista paquistaní Malala Yousafzai: "Cuando todo el mundo está en silencio, incluso una sola voz se vuelve poderosa".
El mes pasado, muchos de nosotros celebramos en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer, que se centró en el tema "afrontar los desafíos". Eso me hizo pensar en las ocasiones de mi vida en las que decidí enfrentarme a algún desafío y cómo los pequeños momentos y las conversaciones del día a día pueden llevar a cambios perdurables.
Por ejemplo, una conversación cualquiera con una antigua compañera fue lo que despertó mi interés por concienciar sobre los prejuicios de género presentes en muchos de nuestros sistemas y crear un cambio positivo.
Para concienciar sobre los prejuicios inconscientes basta con una voz
Cuando estaba finalizando mis estudios universitarios participé en un taller de orientación profesional destinado a ayudar a los estudiantes a encontrar trabajo. La persona que lo impartía nos dio a las mujeres el siguiente consejo profesional: "Si están prometidas, no lleven puesto su anillo de compromiso a las entrevistas y no mencionen que están prometidas o en una relación seria. Las empresas ven a las mujeres que se encuentran en dicha situación como una inversión perdida, ya que creen que después se casarán, se quedarán embarazadas y dejarán el trabajo en pocos años".
Nadie en el taller cuestionó este consejo. Lo aceptamos simplemente como la forma en la que funcionan las empresas.
No me di cuenta del prejuicio de género de ese consejo hasta un año después, cuando una compañera me explicó que, para los hombres que solicitan un puesto de trabajo, el hecho de estar casados los ayudó a dar la impresión de ser más estables y aptos para el puesto. Los estudios lo avalan: se tiene una percepción más positiva de los hombres casados que aspiran a un puesto de trabajo (en cuanto a que están dispuestos a trabajar más horas y a estar más comprometidos con la empresa) y una menos positiva de las mujeres casadas que aspiran a un puesto de trabajo.
Viéndolo ahora en retrospectiva, me molesta no haberme dado cuenta de este prejuicio durante el taller. Pero a la vez, mis vivencias en la universidad fueron un reflejo de cómo muchas veces los prejuicios están profundamente arraigados en nuestros sistemas o procesos. Y los prejuicios perduran si no los cuestionamos. Mi antigua compañera eligió usar su voz para señalar ese prejuicio, y esa conversación me llevó a querer formarme y reconocer cómo los prejuicios de género se manifiestan en muchos ámbitos distintos de la sociedad (desde el impuesto rosa a las políticas de baja por maternidad de Europa y los Estados Unidos) y a empezar a dar mi opinión y a oponerme.
En otras palabras: enfrentarme a un desafío.